EDUARDO HOFFMANN
Eduardo Hoffmann
(Mendoza, Argentina, 1957)
A la edad de 14 años comienza a pintar y tres años mas tarde su interés por el arte lo llevó a estudiar en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo, con Zravko Ducmelic.
En 1978 se inició obteniendo un premio en el Salón de la Vendimia en su provincia natal.
En 1981 gana el Premio Pio Collivadino a menores de 21 años en el Salón Nacional.
En 1984 residió en Brasil; un año más tarde se instaló en París, en el taller de Julio Le Parc; pasó temporadas en Madrid y en Alemania. En 1986 participó en la 2ª Bienal de La Habana (Cuba) como así mismo en la Bienale de Venecia. Obtuvo el 1er Premio Movado a la Joven Generación en 1988, recibió el primer premio de la Fundación Fortabat en 1991 y la Beca Antorchas a Artistas Consagrados, como el Premio Leonardo Artista del año 1998 concedido por la Asociación Argentina de Critico. Al comenzar los años ‘90 se publicó un libro dedicado a su obra, con texto de Jorge Glusberg.
Hoffmann participa en las principales ferias internacionales de arte, (FIAC, París; ArtBasel, Basilea; Art Chicago, Chicago; Art Miami, Miami; ArteBA Buenos Aires; ARCO Madrid; Beirut Art Fair, Líbano; Sotheby´s Latin American Painting, Phillips de Pury & Company Auction. Nueva York, Tiroche de Leon Collection, entre otros).
Eduardo Hoffmann - Julio Le Parc | Eduardo Hoffmann | Tony Chi - Eduardo Hoffmann |
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Si bien dentro de una línea diferente a la mía,
puedo testimoniar que el trabajo de
Eduardo es muy interesante.
Y ello por varias razones:
que tiene un fondo reflexivo,
que toca a lo telúrico,
que tiene presencia y magia,
que se inscribe dentro de un panorama actual,
que tiene futuro,
que los materiales empleados en su
obra son simples y naturales ,
y su puesta en situación los trasciende,
que toca a varias disciplinas,
que sus elementos, ademas de su valor en sí mismo,
llegan a constituir una complejidad que tiene unidad.
Julio Le Parc
Paris 1986
Descubrí a Eduardo Hoffmann a través de una ventana. A través del marco, un destello de movimiento y color me llamó la atención y abrió mis ojos a las maravillas de su obra. Fue sólo una mirada, pero en ese instante, supe que tenía que saber quién era. Después de familiarizarme con su colección de obras, se hizo evidente que lo que me atrajo a la obra de Eduardo era la misma razón por la cual había decidido hacer de Argentina mi hogar.
La cultura es verdaderamente colorida y auténtica, con una fuerte conexión entre el pasado y el presente. El terreno ofrece un profundo contraste entre paisajes y climas, naturaleza abundante en su estado más puro.
¿Y qué podría ser más hermoso, conmovedor y profundamente arraigado que la naturaleza misma? El arte de Eduardo es tan envolvente que parece no tener límites, capturando la presencia espiritual de la naturaleza y un segmento de la vida. Se siente como si nunca habrá un lienzo lo suficientemente grande para su obra.
Como artista, el camino de Eduardo Hoffmann ha estado marcado por una serie de estilos y formatos que se extienden desde su interés por el surrealismo hasta el expresionismo figurativo. Trabajando con diferentes materiales, desde madera, resina o tela, su dominio técnico y la capacidad de experimentar con medios son claras. Sin embargo, no es sólo su dominio de la técnica lo que nos cautiva. También es su talento para captar la relación entre el hombre y la tierra, el amor que comparten.
Después de haber pasado de las montañas de Mendoza al mar de Buenos Aires, la corriente subterránea de Argentina fluye profundamente dentro de él. Sus hábiles manos articulan y crean una visión del corazón con una profundidad emocional que toca el alma de la tierra. A través de su sentido de la escala, el ritmo de expresión y el dominio que trasciende el lienzo, Argentina ha sido una maravilla para apreciar.
Tony Chi
Eduardo Hoffmann |
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Egar Murillo - Eduardo |
Eduardo Hoffmann |
EL PINTOR SIAMÉS
“De hecho, soy perfectamente consciente de que el mejor portavoz del pintor es su obra”
Henri Matisse
25 de diciembre, 1908
Citar a un artista contemporáneo es nombrar a Eduardo Hoffmann, el gran camaleón insatisfecho de las formas aprendidas, el pintor siamés desdoblándose hacia el infinito, experimentador de todos los géneros conocidos, estableciendo diálogos a veces inverosímiles entre ellos.
Ha sabido dominar el oficio a través de lo único que puede darle frutos reflexivos, que es la acción, el trabajo de la gota que horada la roca. Esa ilimitada capacidad de engendrar una poética en busca de lo más esencial que es la belleza. Pareciera a veces que la belleza piensa al artista y este es uno de esos casos.
Las lecciones de Henri Matisse y de Claude Monet, fueron aprendidas en esa unidad armónica, construyendo las relaciones internas del color y la forma, para luego desaprenderlas y percibir el vacío que no es vacío. Partiendo de un realismo, navegando en las aguas del neoexpresionismo y reinventándose a sí mismo, en busca del vellocino de oro o nada. Su camino ha sido buscar aquel espíritu errante y misterioso que es el arte.
Ha mutado como un nómade de los soportes, de la sugerencia de lo encontrado, de la profundidad de haber vivido y sacudir la belleza para la armonía quizás de una pintura metafísica y atemporal.
¿Qué persigue un artista? ¿Para qué persigue aquel misterio que no conocemos, empecinado día a día con cada nueva obra?
Él no tiene un sueño, una meta, todo se da en forma virtuosa y natural; su trabajo sucede, la obra aparece. No piensa el cuadro, su intuición lo abarca todo, la inteligencia no sirve para comprender.
Desarrolla lo aleatorio controlando su eficacia, la emocionalidad, desechando lo superficial y caótico hacia la gran sincronicidad de la exquisitez.
Sus obras no tienen temas, sus obras no tienen títulos, no tienen contenidos elocuentes o superfluos o artificiosos o pedagógicos, no hacen falta a su obra, persigue quizás, repito lo metafísico y trascendental. Pero todas son excusas para seguir existiendo en el sacrificio y la alegría. Sus preocupaciones son las del amor y como darlo en su obra, punto vital de los grandes artistas; sin amor, no hay comienzo y menos final. Su motor ha sido la confianza; su naturaleza, arrojarse al abismo sin saber que pasará. Ese es su modo de trabajo.
Todo artista trabaja bajo su propio riesgo y esta solo a la hora de la verdad, por eso Eduardo Hoffman ha pintado para volver al origen, para poder encontrase a sí mismo.
Egar Murillo
Pintor